miércoles, 16 de septiembre de 2009

La Historia de la Radio Colombiana


La historia de la radio colombiana

La primera emisora radial en la historia de Colombia comenzó a funcionar en Bogotá, y no en Barranquilla, como erróneamente se ha dicho y escrito en varias ocasiones, por iniciativa del gobierno de Miguel Abadía Méndez. Cuando en agosto de 1926 el nuevo presidente organizó su gabinete ministerial, para ocupar la cartera de Correos y Telégrafos nombró al arquitecto y periodista José de Jesús García, quien recibió un ministerio sumamente activo y lleno de proyectos.


La Administración anterior, la del general Ospina, la misma que creó el Ministerio de Correos y Telégrafos, le había dado al área de las comunicaciones un singular impulso. Continuando con esa política, dieciocho meses después el Ejecutivo dio los primeros pasos destinados a que el Estado colombiano contara con una radiodifusora. Y, al mismo tiempo, elaboró y dio a conocer las normas exigidas para que los particulares instalaran y pusieran en funcionamiento otras de carácter comercial.


La perifonía colombiana estaba en marcha en Colombia impulsada desde el Gobierno y en medio de las expectativas del gran público, ya que solo un selecto y privilegiado sector de la población había podido hasta entonces disfrutar de la sintonía de unas pocas estaciones extranjeras de onda corta mediante el uso de los primeros y costosos receptores llegados al país. Durante el primer semestre de 1928 el ministro García, con la asesoría de técnicos extranjeros, comenzó a tomar las necesarias y sucesivas decisiones para instalar la emisora denominada HJN.


La compra del transmisor de onda media se realizó en la empresa alemana Telefunken, y en un pequeño terreno fiscal en un sitio denominado como Puente Aranda se planeo la construcción de la planta transmisora y parque de antenas. La emisora no poseía estudio alguno y para ello se decidió que este se instalara en un salón del Capitolio Nacional. La promesa fue que el 15 de julio las obras estarían terminadas. Pero la promesa no se pudo cumplir.


El jueves 5 de septiembre de 1929, en la primera plana del diario El Espectador, un pequeño anuncio informaba sobre un singular hecho: “Teatro Caldas, Chapinero. Inauguración de la estación Radiodifusora de Bogotá. Los concurrentes de esta noche al Teatro Caldas podrán oír los discursos del señor ministro de las comunicaciones y del Sr. Sarazola. Además, cantos de los señores Umaña y Posada”. Los dueños del teatro, pensando acertadamente en que el acontecimiento radial no podría ser escuchado por la inmensa mayoría de bogotanos carentes de receptores, en la cinematográfica sala habían instalado uno de estos aparatos conectado a dos altoparlantes, y de esta forma sacarle provecho a la transmisión con la correspondiente venta de entradas.


Pero además de la comercial invitación, en la última página del periódico una nota informaba lo siguiente: “Hoy, a las seis de la tarde, se verificará el primer concierto de la estación radiodifusora instalada por el Gobierno Nacional cerca del sitio denominado Puente Aranda. La inauguración oficial de esta estación se efectuó a las 11 de la mañana y al acto asistieron, entre otras personas, el ministro de Correos y Telégrafos, el técnico señor Klemp, varios miembros del Congreso y numerosos invitados”.


El Ministerio de Correos y Telégrafos informaba que la estación transmitiría en la frecuencia de 705 Kcs, banda de 425 metros, y también que la potencia le permitiría ser escuchada en toda la república. Durante las transmisiones de prueba de la estación, los conciertos fueron captados en ciudades tan distantes como Barranquilla, Cereté y Santa Marta, de acuerdo a los telegramas que llegaron al Ministerio. La estación transmisora de Puente Aranda funcionaba con un jefe electricista, un ayudante, un maquinista y su ayudante y dos mecánicos. La hora fijada por el Ministerio para que se lleven a cabo los conciertos fue la de las nueve de la noche.
Poco a poco, la programación de la emisora fue tomando forma. Ya para el 17 de septiembre utilizaba un formato más o menos básico, fecha en la que justamente El Espectador anunciaba la publicación diaria en sus páginas de la programación de la HJN.


Año tras año, la HJN continuó afinando la calidad de su programación, mientras que al mismo tiempo, aunque con lentitud, ampliaba sus horarios de transmisión. Tras un breve período de producción de programas por parte de concesionarios particulares, ya en nombre del Estado, fue dirigida sucesivamente por varios personajes nacionales, entre los que con singular brillo se destacó el escritor Daniel Samper Ortega entre 1932 y 1933. Cinco años más tarde, debido a la eficiente burocracia y unas repetidas “deficiencias técnicas”, la voz de la primera radiodifusora colombiana terminó por enmudecer.


Durante los dos últimos años del Gobierno de López Pumarejo las posibilidades de la instalación de una nueva emisora estatal fueron creciendo. Estudiado con atención un proyecto elaborado al respecto, con un costo estimado en 300.000 pesos, su financiación resultaba en ese momento imposible. Fue entonces cuando Gustavo Santos, director nacional de Bellas Artes, le dijo un día al Presidente López, quien no había dejado de pensar en el proyecto, que él iba a construir la emisora con la plata que hubiera. Y la hizo


La emisora gubernamental fue inaugurada el 1 de febrero de 1940 a las 20:00 horas, desde el flamante edificio de la emisora, construido especialmente, y localizado sobre la Av. Caracas. Entre 1940 y 1950, la Radio Difusora Nacional operó bajo la orbita del Ministerio de Educación, en 1952 se acercó un poco más a la Presidencia de la República, como filial de la Oficina de Información, a partir de 1957 formaba parte del Departamento Nacional de Radiotelevisión, dependiente en forma directa de la Presidencia, y años después formaba parte del llamado Instituto Nacional de Radio y Televisión.


A principios de los años noventa, los equipos de onda corta de la estatal emisora comenzaron a salir de servicio con demasiada frecuencia y terminaron por dejar de funcionar. La voz internacional de Colombia desapareció del éter, simultáneamente con la reducción del número de sus repetidoras nacionales, la razón fue la desidia gubernamental y la intemperancia de los trabajadores de Inravisión. Y ya a finales del agitado siglo pasado los augurios sobre el futuro de la enferma Radiodifusora Nacional de Colombia eran, sencilla y tristemente, de pronóstico reservado. La Radiodifusora Nacional de Colombia a lo largo de su historia opero en la onda corta en las frecuencias de 6180, 17885, 15335, 11795, 9685 y 9655 con una potencia de 25 Kw, aunque en los últimos tiempos esta se vio notoriamente reducida por el deterioro de sus equipos.
Tras la promulgación del decreto del Gobierno de Abadía Méndez, determinante de las condiciones para la instalación de «estaciones de perifonía», muy pronto comenzó a aparecer en Colombia una nueva clase de empresarios dedicados al prometedor negocio de la radiodifusión.

En la capital de la República, por ejemplo, la primera emisora de ese tipo inició actividades el 14 de enero de 1930, gerenciada por Alfredo Carreño bajo el extranjerizante nombre de Universal Radio Corporation, e identificada por las letras HKC; y ya para 1938 habían llegado a la media docena: Radio Alford, Radio HKF, La Voz de la Víctor, Colombia Broadcasting, La Voz de Colombia y Ecos del Tequendama. Seis años después, a mediados de la década del ‘40, en el ámbito nacional el Ministerio de Correos y Telégrafos registraba un total de 71 estaciones funcionando en 27 centros urbanos.


Tal proliferación produjo entonces un novedoso fenómeno: la transmisión de ciertos programas, organizados generalmente por agencias de publicidad o departamentos de ventas de grandes compañías, a través de cadenas circunstanciales y pasajeras formadas por emisoras de diferentes ciudades y propietarios, según el interés regional o nacional de tal o cual producto, entidad o empresa.


De este modo se inicia el funcionamiento de la modalidad de emitir en cadena, algo muy común en la radiodifusión colombiana.


El 19 de febrero de 1941 nace el programa ofrecido por la Federación Nacional de Cafeteros, para iniciar una intensa campaña en pro del mayor y mejor consumo del café dentro del territorio de la República, con la colaboración de la orquesta Emilio Murillo de La Nueva Granada, bajo la dirección del maestro Francisco Cristancho. Por la Radiodifusora Nacional en cadena con las estaciones La Nueva Granada, La Voz de Colombia, La Voz de Bogotá y Emisores Unidas de Barranquilla.


El 28 de febrero de 1945, a las 20:30 horas, sale al aire La Cadena de la Suerte, novedad radial que presenta al país la Lotería Extraordinaria de Girardot. Atracciones, concursos, premios. Las emisoras que conformaban la cadena fueron: La Voz de Colombia, La Voz de Bogotá y Radio Girardot. El programa se producía en el auditorio de La Voz de Bogotá.


Por último vemos que el 6 de mayo de 1945 es creado el programa “Los Profesores del Aire”, que fue el más ingenioso programa radial de Colombia. Se ofrecían valiosos premios en efectivo para el público ofrecido por las principales emisoras y por Propaganda Época Ltda., la gran agencia de avisos de Bogotá y Medellín, todo para demostrar el alto nivel cultural que había alcanzado el país. El programa demostraba también la cobertura nacional alcanzada por estas efímeras cadenas a través de once emisoras localizadas en otras tantas ciudades del país: Bogotá, Medellín, Barranquilla, Cali, Pereira, Cartagena, Manizales, Bucaramanga, Tunja, Neiva e Ibagué.


Estas exitosas experiencias condujeron inevitablemente a varios empresarios a pensar en uniones permanentes. Dos de ellos, William Gil Sánchez y Enrique Ramírez Gaviria, inquietos promotores de las que, en corto tiempo, se convertirían en las dos grandes cadenas de la radiodifusión privada en Colombia. Nacidas casi simultáneamente, pocos meses después del destructor estallido popular del 9 de abril de 1948. Trágico suceso que motivó que Gobierno Nacional censura a muchas de las emisoras radiales acusadas de haber contribuido en ese nefasto día a incentivar la rebelión con comentarios subidos de tono e incitaciones irresponsables.


La Cadena Radial Colombiana (Caracol), creada inicialmente por la fusión de las emisoras Voz de Antioquia y la bogotana Nuevo Mundo, comenzó a funcionar desde 1948 por iniciativa de William Gil Sánchez cuando el 18 de marzo de 1950 quedó formalmente constituida como sociedad comercial, con la integración de otras dos estaciones. Los firmantes de la histórica escritura fueron Gil Sánchez de la Voz de Antioquia, Fernando Londoño Henao por Radio Nuevo Mundo de Bogotá, Rafael Roncallo de Emisoras Unidas de Barranquilla y H. S. Simmons de la Radiodifusora de Occidente de Cali. Como dato curioso, vale la pena recordar que Radio Nuevo Mundo había nacido a finales de los años treinta con el nombre de Radio El Liberal por iniciativa de los ex presidentes de la Republica Alfonso López Pumarejo y Alberto Lleras Camargo, con el claro propósito de competir ideológicamente con la Voz de Colombia.


En 1956 las emisoras afiliadas a Caracol llegaban a 16, entre las que, además de las cuatro fundadoras, figuraban Ecos del Combeima, Ondas del Gualí, Radio Bucaramanga, La Voz de Cúcuta, La Voz Amiga, Emisoras Fuentes, Ondas del Puerto, La Voz de Armenia, Ecos de Pasto, Radio Neiva, Radio Manizales y La Voz de Santa Marta.


Radio Cadena Nacional fue formada por iniciativa de los hermanos Enrique y Roberto Ramírez Gaviria y Rudesindo Echavarría mediante la unión de la Emisoras Nueva Granada, de Bogotá, y la Voz de Medellín. Más tarde vincularon a sus objetivos a un grupo de importantes empresas industriales y a varias otras radiodifusoras. A mediados de los años cincuenta, además de las dos emisoras fundadoras, RCN era propietaria de Radio Pacífico de Cali, La Voz de Pereira y Radio Santander de Bucaramanga, y contaba con otras 15 con el carácter de afiliadas instaladas en las ciudades de Bogotá, Medellín, Girardot, Ibagué, Barranquilla, Cartagena, Santa Marta, Armenia, Manizales, Cartago, Buga, Palmira, Neiva, Popayán y Pasto.


Los cincuenta y sesenta, y parte de los setenta pueden considerarse como los años dorados de las grandes cadenas, por la variedad y calidad de su programación y los adelantos técnicos de sus emisoras. Años que marcaron, por ejemplo, el apogeo de los grandes programas en vivo, musicales, teatrales, de concurso, de variedades, irradiados para todo el país desde confortables y concurridos radioteatros.


Años que fueron, también, testigos del inicio de la conformación de verdaderos equipos noticiosos, integrados por voces y especialistas de gran profesionalismo que lograron colocar al periodismo radial colombiano entre los mejores de Hispanoamérica. Durante los años setenta, obligadas ya por la competencia de la televisión (que había hecho su aparición en junio 1954), las grandes cadenas (y la radiodifusión en general) comenzaron inevitablemente a variar su programación. Poco a poco, los populares programas en vivo fueron desapareciendo, y entrando en los años ochenta, la mediocridad y la falta de creatividad iniciaron la invasión de las ondas radiales. Con excepción de algunos grandes noticieros, que sí mantuvieron y aumentaron su profesionalismo, aunque prologados artificialmente en sus horarios para atender la creciente y abultada pauta publicitaria, el resto de la programación se contrajo, en general, a la transmisión de grabaciones musicales.


En uno u otro caso, alternadas o intercaladas, juntas o separadas con equipos de parlanchines que, en medio de un desorden general, de voces disonantes que se interrumpen una y otra vez, durante horas se ocupan de una enorme variedad de temas, de concursos o de llamadas de oyentes absolutamente intrascendentes e inútiles, de boberías sin fin, en ocasiones utilizando un lenguaje chabacano, acompañados por la transmisión de cuñas publicitarias, directas o indirectas, subliminales o descaradas, de pócimas milagrosas, medicamentos de dudosa eficacia, tratamientos de belleza o variados servicios de charlatanes, especialistas en vivir del cuento.
En marzo de 1932, al ser nombrado el escritor Daniel Samper Ortega director de la HJN, un editorial del periódico El Espectador, entre otros conceptos, con ilusión patriótica expresaba: “Orientadas con un criterio razonable que alternen el sentido práctico y el buen gusto, las estaciones radiodifusoras pueden desempeñar en el desarrollo de la cultura del país un papel tan importante como el de los colegios y universidades; y acaso más ameno que el de éstos, especialmente en las clases trabajadoras que no disponen de dinero ni de tiempo para asistir a los establecimientos de educación, oficiales o particulares, el radio llena una misión didáctica cuyo alcance benéfico difícilmente podríamos meditar. Esto precisamente es lo que hace imperiosa la necesidad de que en su empleo se proceda atendiendo no sólo a sus cualidades amenas, sino ante todo, a su influjo educador”.


Otras cadenas de importancia en la radio Colombia han sido Cadena Todelar y la Cadena Súper, siendo ambas propietarias de varias emisoras y con un importante número de estaciones afiliadas.


Hablar de las emisoras colombianas en la onda corta, puedo asegurarles que llevaría mas de un programa. Muchas de ellas se distribuyeron en las bandas tropicales e internacionales, especialmente en la banda de los 49 metros. Las mas conocidas fueron las emisoras cabeceras de las cadenas que he mencionado a lo largo del programa, pero también muchas emisoras independientes hacían uso de estas frecuencias, y eso hacia interesante su escucha.
Para el final he dejado de ex profeso la mención de una de las más conocidas emisoras colombianas hoy ya desaparecida, pero que fue todo un ejemplo de cómo hacer buena radio y trasladar esa calidad al exterior. Me refiero a Radio Sutatenza, una emisora cultural que era captada en toda América y el mundo gracias a su potente onda corta que empleo las frecuencias de 6075 y 5095 kcs.


Daniel Camporini
Munro, Argentina.

Historias de Radio
Para escuchar esta historia haga clic en èste enlace:


No hay comentarios:

Publicar un comentario